miércoles, 30 de diciembre de 2015

Post de fin de año y Fiestas

¡Hola lectores! La verdad es que en estos días no me dio mucho por escribir en el blog. Entre los festejos por las Fiestas y las lógicas ganas, luego de un año bastante movido, de tener unos días para dedicarme a hacer nada más que cumplir con el horario y las obligaciones del trabajo, como que fui relegando cosas a un segundo, tercer y hasta cuarto plano. Además, con el clima que está haciendo y una pileta cerca, realmente no había mucho incentivo para estar frente a una computadora escribiendo. Eso va a cambiar cuando se invente la computadora resistente al agua (no sé qué tan práctica sería, pero la tecnología ha logrado cada cosa que…).

De todos modos, me puse las pilas y acá estoy, escribiendo este post para cerrar el año bloguero.

Primero que nada, quería desearles a todos unas muy ¡Felices Fiestas!

Y ya que estamos hablando de las Fiestas, ¿qué mejor que unos minutos de reflexión, entre tanto festejo y buena vida, para pensar por un ratito en otras cosas? Porque sí, las Fiestas son ese momento en el que casi todos festejamos, comemos hasta hartarnos y más todavía, recuperamos los kilos perdidos en el año o nos creamos un lastre intolerable para la playa (depende cómo querramos verlo), vemos a nuestras familias y amigos, salimos en las noches del 24 y el 31…en fin, no me va a alcanzar el post para enumerar todas las cosas que se podrían hacer. Pero también son un muy buen momento para acordarnos de ese amigo nuestro que no la está pasando tan bien, que le falta el dinero, o el afecto, o ese familiar que nunca nos bancamos pero en el fondo es bueno. O esas personas que dejamos de ver y que la rutina o la falta de impulso hicieron que se nos alejara más y más y que ahora hace un montón que no hablamos. Este período de Fiestas, quizás, es el momento ideal para retomar contactos.

Ojo, yo nunca fui un defensor de los balances de fin de año, de las listas de cosas para hacer en el año ni de artilugios de ese calibre. Siempre me parecieron demasiado masoquistas, en el sentido de que uno termina volcando las miserias de la vida, lo que salió mal en el año, lo que no pudimos hacer y que nos habíamos propuesto el primero de enero de la vuelta solar que está acabando. Sin embargo, si podemos abstraernos de estas cosas y hacer buen uso del tiempo que tenemos para pensar, o directamente no hacer retrospectiva, encontraremos en el tiempo entrefiestas un excelente momento para dedicarnos a lo que no podemos en el resto del año, o simplemente a disfrutar. Por algo se llaman “fiestas”, ¿no?

Y este cierre de año, tan bueno para la mayoría de nosotros, nos puede también servir para acordarnos de gente que no es allegada nuestra, pero que, en todo caso, sufren contingencias que nos pasan cerca. Hablo de quienes en este momento están viendo sus casas, sus bienes, todo por lo que han luchado, ser llevado por la fuerza del agua en Concordia, y los que lo sufrieron en Luján y otras ciudades a mediados de año (y que seguramente ahora mismo deben estar reconstruyendo a pulmón lo que tenían). Los que, en Buenos Aires y conurbano, sufren por los cortes de luz y la falta de agua. Y tantas otras personas que sufren desastres naturales. Vale la pena pensar en ellos, acordarse de que hay gente verdaderamente en problemas, y quizás así podamos darnos cuenta de que, muchas veces, las cosas de las que nos quejamos son insignificantes, de que somos mucho más agraciados de lo que creemos. Creer que somos agraciados, muchas veces, es la base de que se nos den las cosas buenas.

Yo estas Fiestas las pasaré en compañía de mi familia y eventualmente de amigos a los que veré a lo largo de los días. Y seguramente en enero, mes en el que se van todos de vacaciones y la ciudad queda ¡por fin! con mucha menos gente y es más fácil moverse, ir de compras, todo… retomaré algunas de las cosas que había dejado en diciembre. Como leer, la guitarra, escribir y sigue la lista.


Así que no me queda más que desearles un muy feliz Año Nuevo, y esperar que el 2016 sea aún mejor que el 2015!!

Y ustedes, ¿qué esperan del 2016?


sábado, 26 de diciembre de 2015

Iniciativa FFO - Primera Ronda - Navidad

Hola, lectores!

Primero que nada, espero que estén pasando unas excelentes fiestas. Llenas de alegría y de gozo, y con la gente que más quieren.

Esta es mi primera entrada de la iniciativa Freelance Friends Online, alias FFO. Esta iniciativa fue creada por Agustina y Micaela, y a mí me tocó hacer pareja con Fátima de Mis atrapasueños . En esta primera ronda, la temática fue, obviamente, navideña, y nos tocó escribir o un cuento o una canción navideña. Decidimos escribir un cuento cada uno, uno feliz y otro triste, y elaborar, al final, una moraleja que tuviera en cuenta la temática de los dos pero que sirviera como enseñanza en estas Fiestas. 

Aquí les dejo los dos cuentos y la moraleja, para que disfruten.

Felices fiestas!!

Mi cuento:


El niño esperó a que el último vehículo hubiera atravesado la esquina y se dispuso a cruzar la calle. Hacía algo de frío y tenía hambre, pero él no lo sentía: el más profundo instinto de supervivencia le había hecho bloquear los desesperados clamores de su estómago pidiendo comida. Hay veces que la situación no amerita más que aguantar con lo que se tiene, o reventar de desesperación. Y él no iba a reventar, lo tenía muy claro.

Era imposible acordarse cuánto tiempo llevaba el chiquillo viviendo esa vida anómica, desangelada. Su familia había recorrido un camino plagado de eventos. La madre se había casado con el padre, y había ido a vivir a casa de éste, una casa con todas las comodidades, aunque no podía ser considerada una mansión. Una vez allí, la pareja tuvo a su hijo, al que nombraron Gabriel, por el arcángel. Sin embargo, lejos su vida estuvo de ser la de uno de dichos seres: se descubrió que el padre había conseguido la casa con dineros mal habidos, así que un buen día la incipiente familia fue notificada de que debía abandonar la casa, que había legalmente pasado a ser propiedad de uno de los acreedores de su padre. Éste, por su parte, luego del desalojo desapareció por completo. Y digo por completo pues ni Gabriel ni su madre supieron nunca más de él.

La madre, por su parte, también al cabo de unos meses debió separarse de su hijo, aunque esta vez por su imposibilidad de sostenerlo sin ingresos de dinero. Apenas podía mantenerse ella, ¿qué se podía esperar en términos de criar un hijo? Así es que, proceso judicial mediante (ya se sabía, durante el juicio al padre de Gabriel, que ella no poseía trabajo estable), la guarda de Gabriel fue dada a un orfanato, una de esas instituciones que “crían” y “educan” a los niños sin padres ni familiares que puedan hacerse cargo de ellos.

En el orfanato, Gabriel conoció las cuatro comidas diarias, aunque éstas no fueran, casi nunca, más que fideos, arroz y pan, muchas veces viejos. Los demás niños del lugar no tenían demasiado problema con él, aunque tampoco Gabriel tenía mucha relación con ellos; se sentía raro en ese espacio, en el que todos los chicos tenían una historia de vida complicada (aceptémoslo, nadie coloca a sus hijos en un orfanato porque sí, y no creo que vivir en uno sea una experiencia que los más chicos quieran tener), y Gabriel tampoco era tan grande como para entender. Simplemente porque algo de eso había vivido él mismo, pero no había tenido tiempo aún de procesarlo. Las que sí que no se parecían en nada a su madre eran las personas que tenían, justamente, que cumplir ese rol. Gabriel, de entrada nomás, no logró hacer buenas migas con ninguna de las supervisoras ni celadoras; para él eran simplemente policías que esperaban que uno hiciera algo indebido para castigarlo. Encima, el tiempo que tenían para jugar era muy poco: las celadoras los dejaban salir al patio del orfanato (un patio sin la más mínima mata de pasto) solamente por pocas horas diarias y siempre programadas; no existía el concepto de “salir a jugar hasta que caiga el sol”, tan común entre niños de su edad. Por lo menos en el lugar los hacían estudiar a los chicos, como para que, al momento de salir, tuvieran alguna educación, aunque más no fuera primaria.


Una tarde de fin de la primavera, cuando estaba por hacerse de noche y los chicos estaban por darse el baño de todos los días, Gabriel sintió algo raro. No supo bien qué era, parecía ser un llamado de la naturaleza, pero de una forma extraña, que sentía más que nada en el pecho. Una sensación como de pesadez. En días sucesivos, de a ratos sentía lo mismo, aunque sin poder precisar qué era lo que sentía, ni siquiera ante el médico que fue llamado de urgencia una noche al orfanato para determinar por qué Gabriel se había descompuesto y no toleraba la comida (todo esto después de que las celadoras hubieran tratado de “reencauzar” al chico con los métodos pedagógicos acostumbrados).

Llegó el 24 de diciembre. Y Gabriel, finalmente, sí tuvo un principio de entendimiento de qué había pasado. Ese día, se iba a hacer una representación teatral de la Navidad. Los chicos habían pasado algunas semanas ensayando y, la verdad, no había sido del todo malo. Estaban entretenidos con hacer algo diferente, algo que en todo el resto del año no hacían, y además se renovaban sus esperanzas de conseguir algún regalo. La representación era de un pesebre, la Nochebuena, José y María llegando a su pueblo, no encontrando lugar para dormir y hallando, finalmente, un pesebre donde María daría a luz a Jesús. Gabriel, en años anteriores, había participado de algunas de las obras, pero este año no. Y vio su oportunidad. Y la aprovechó, mientras todos estaban mirando a sus compañeros actuar.

 Una vez en la calle, Gabriel se alejó rápido de aquel gris edificio, que guardaba sus más pestilentes memorias. No quería estar ahí. No le correspondía. Los demás chicos no eran malos, pero él no quería eso. Y echó a andar por las calles. Cuando estuvo a una cierta distancia del orfanato, entró en una panadería a pedir que le dieran, aunque fuera, un trozo de pan. Luego (ya era de noche) se dedicó a vagar por la ciudad. Observaba a través de las ventanas de las casas, cuando se podía, y veía las familias felices alrededor de la mesa, el pavo navideño o el asado, las bebidas, las decoraciones. ¡Cuánto hubiera dado él por tener eso, en ese momento! Se quedó un largo rato delante de una ventana especialmente grande, alejándose de a ratos para no ser visto desde adentro, observando el espectáculo que se daba puertas adentro. 

- ¿¡Chico, qué haces ahí!?- escuchó Gabriel una voz detrás suyo.

Sin detenerse a mirar quién había sido el autor de esas palabras, Gabriel se echó a correr desesperadamente. Ya había pasado varias veces por la experiencia de escuchar esas palabras en ocasión de estar haciendo algo malo, por lo que les había tomado aversión. En su loca carrera, Gabriel no vio a la mujer que estaba directamente enfrente suyo, caminando por la vereda; digo que no la vio, pero en realidad la vio justo antes de ir a dar con su humanidad de lleno contra ella. 

El choque los dejó a los dos por los suelos. Se miraron. Por alguna razón no lograron quitarse la mirada de encima uno del otro…razón que Gabriel entendió una décima de segundo antes que la mujer. 

- ¡Mamá! – gritó éste.

- ¡Gabriel! ¡Hijo mío! – gritó la mujer, casi al unísono.

Por un segundo pareció que los dos creían haberse confundido, porque no pasó nada; pero luego madre e hijo se fundieron en un larguísimo y fuerte abrazo. Los dos, con abundancia de lágrimas, dieron rienda suelta a las emociones que en ese momento invadían sus cuerpos. Más de diez años habían pasado separados, y ahora se volvían a juntar, en una calle cualquiera, por algo tan inesperado como un encontronazo en la calle, después de que alguien sorprendiera a Gabriel espiando por una ventana en la noche de Navidad. ¡Y tantas cosas habían pasado! Resultó que madre había conseguido un trabajo, no muy bien pago pero estable, y había logrado alquilar una pieza en una casa de muchas habitaciones, que casualmente las ofrecían para quien buscara alojamiento barato. No había encontrado aún una pareja, pero al menos un techo tenía. Y hacia esa pieza se llevó ella a Gabriel. Una vez ahí, comieron algo y se contaron sus vidas, lo que había pasado desde que se habían separado. Gabriel entendió todo. No podía culpar a su madre (con la que, al principio, había mostrado cierta desazón por haberlo abandonado). A las doce de la noche, los dos se abrazaron en esa habitación.

- Feliz navidad, hijo.

- Feliz navidad, mamá. Qué suerte tenerte cerca otra vez, te extrañé mucho.

- No le agradezcas a la suerte, hijo. Es Navidad. El milagro de la Navidad se produjo. El Niño Jesús está más vivo que nunca.




El cuento de Fátima:


El frío se colaba por sus huesos, sus dientes castañeaban, y todo su cuerpo tiritaba. ¡Ay! Cuánto deseaba un poco de calor. Para olvidarse un poco empezó a caminar, las calles parecían haber sido espolvoreadas por purpurina plateada, los faros ofrecían al ambiente la calidez que él esperaba, abrazando su cuerpo, y frotando sus brazos para proporcionarse calor continuó andando.

Las personas pasaban a su lado sin notarlo; niños tomados de la mano de sus padres, parejas en cuyos ojos se reflejaba amor, el más puro que había visto. Todos con gorros o abrigos graciosos, que los hacían ver más corpulentos.

¿Qué estaba haciendo ahí?


Era Nochebuena, y todo el mundo se dirigía hacia algún lugar. Pronto los aeropuertos, las estaciones de trenes y hasta los mismos taxis, serían testigos de reencuentros anhelados, de abrazos dados con el más profundo sentimiento de añoranza. Viejecitas volverían a ver a sus hijos, familias enteras se reunirían, todos ocuparían el lugar que no ocupaban hace mucho tiempo, juntos en una mesa.

Una lágrima solitaria rodó por su mejilla. Había un sentimiento que aprisionaba su pecho.

Siguió andando con paso lento, sus manos dentro de sus bolsillos, para darles un poco de calor. Su vista clavada al suelo, húmedo por la nieve. Entonces, un niño llorando captó su atención. Miraba a todos lados como si no supiese dónde estaba, se frotaba los ojitos y la angustia era notable. Quiso acercarse a él para preguntarle qué pasaba. Sin embargo cuando estuvo a unos pasos, la que parecía su mamá apareció. Al principio quiso reprenderlo, pero al ver la tristeza en esos ojitos, su mirada se suavizó, lo abrazó con fuerza y cargó en sus brazos.

—No vuelvas a asustarme así, amor mío —dijo la mamá con voz melosa—, pensé que te habías perdido. 

Sin más se alejaron, se fueron, todavía sin reparar en él. Nadie lo hacía, nadie notaba que estaba ahí, con el dolor calando su alma.

¿Por qué? 

Mas adelante en su camino, una chica cargaba una cantidad exagerada de bolsas, probablemente serían los regalos que daría a sus seres queridos, pero lo cierto es que no podía con ellos, y a leguas se le notaba. Otra vez, su espíritu servicial afloró, y corrió hacia la chica para ayudarla. Sin embargo, estando a unos metros, un chico se adelantó, sostuvo todo con lo que ella no podía y luego le dio un tierno beso. Era su novio. Pasaron a su lado, riendo enamorados sin girar ni una sola vez a verlo.

¿Acaso era invisible? 

Un bebé en una carriola lo observó risueño, sus padres se habían detenido en un escaparate por el que pasaba. Parecía ser el único que notaba a ese ser solitario, que ni siquiera sabía cuál era su rumbo, ni hacia dónde se dirigía. Pero, inexplicablemente al sentirse observado, al sentir por fin que alguien lo notaba en ese suburbio en el que cada quien parecía absorto en su propio mundo, el frío extenuante que sentía, y el sentimiento de soledad que lo ahogaba, fue apagándose un poco. Se sintió tan tenue como los rayos del sol muriendo en el crepúsculo. Entonces recordó el cielo... Y luego... No, aún no era el momento.

El pequeño le sonreía, hacía gestos tiernos y jugueteaba, lo miraba con una confianza infinita, él entonces, un poco tímido, le ofreció un atisbo de sonrisa. Eso hizo que el bebé riera aún más, le hacía señas para que se acercara, y él dubitativo se mantenía en su lugar.

—¿Qué es lo que te causa tanta gracia pequeño? —le preguntó su padre. Miró en la misma dirección que el bebé, pero no notó nada.

Él tampoco puede verme, pensó.

Era increíble como sólo ese pequeño lo había visto. Y como todos los demás parecían ignorarlo. Observó sus manos, se tocó el rostro, no. Él se sentía, experimentaba las sensaciones, ¿cómo podría sentir frío si no?

El mundo seguía con su ritmo. Todos iban y venían, y nadie, absolutamente nadie lo notaba. Luego a lo lejos, divisó a alguien que reconoció. Un viejo amigo. A él si lo notaban, pero lo ignoraban a propósito. Pedía limosna, y parecía muerto de frío, aún más que él.

—¡Denle algo por favor! —gritó angustiado, corriendo al lado de su compañero, que parecía vulnerable—, no pasen de largo. ¡Ayudenlo! Puede morir de hipotermia.

Sin embargo todos sus gritos eran en vano, la gente pasaba del pobre hombre abandonado. Y era como si de él ni siquiera viesen nada. Ambos estaban solos ahí.

Una mano se posó sobre su hombro.

Un ser hermoso. Con ¡¿Alas?! Miraba directamente al hombre mendigo, mientras posaba su mano sobre el otro. Su rostro parecía ensombrecido.

—No hagas esfuerzos inútiles —su voz retumbaba como eco, sin embargo provocaba un sosiego inigualable —. Nadie podrá escucharte. Nadie puede verte.

Esta vez lo encaró.

—Pero tienen que poder hacerlo, ¡Tienen qué! Además, morirá si no lo ayudan.

—Como lo hiciste tú.

La afirmación del ser alado lo descolocó. 

—¿Que has dicho? 

—Moriste. Tú ya no perteneces a este mundo. —dolor cruzó las hermosas facciones del que suponía era un ángel—. Él pronto lo hará, y tendré que venir por él, justo como ahora contigo.

—No, eso no es posible. Yo estoy aquí, siento, escucho...

—No puedes palpar las cosas —le dijo. Entonces intentó tocar el poste de un faro, y en efecto, no podía —. Eres consciente de tu cuerpo, de tus sensaciones, porque tu alma aún no ha abandonado este mundo. Sin embargo ella lo sabe, ella piensa en el cielo, allá es adónde vamos.

—Pero... ¿cómo?

—Esta misma tarde fue tu deceso, eras uno de esos vagabundos. Este frío insoportable fue demasiado para ti, pedías cobijo, limosna, algo de comida, y nadie te lo daba. No pudiste, y por eso, al despertar tu alma, lo primero que sintió fue frío. Era tu recuerdo, el último adiós.

—Pero, cuando el pequeño me miró...


—Un alma pura puede notarte, mientras aún estás aquí. Él te dio atención, pero de la única forma que podía. Sentiste paz ¿no es así? —asintió—. Y una suave calidez invadirte. Es porque tu alma sintió que había esperanza. El hombre empezó a llorar—. Vamos, es hora de partir. Fue duro no tener qué comer, no tener abrigo, y estar solo en este cruel mundo. Pero, eso ya pasó.

—Es nochebuena. Y no quiero que mis compañeros estén así. No, no podemos dejarlos aún.

—Lamentablemente no podemos hacer nada, en este mundo son sus propios habitantes los que tienen el poder de cambiar. Sólo nos queda esperar que haya alguien que no pase de largo. El espíritu navideño tocará algún corazón...

—No es suficiente —dijo con rabia 


—No, puede que no. Pero alguno de ellos tendrá un pequeño soplo de esperanza y eso... Es mejor que nada. Ahora, vámonos, no hay más tiempo.

Entonces el hombre se dejó llevar. Rogándole al cielo con todo su corazón, que hubiese alguien que pensara en esas personas que lo acompañaron en vida. Y en esta navidad, al menos tuvieran un soplo pequeño de alegría.



Moraleja


Estas fechas son el momento perfecto para estar con los seres que más queremos, procuramos que la unión sea el plato principal. Nos preocupamos por los regalos, la ropa e incluso la comida. Y por qué no decirlo, las apariencias que tenemos que guardar. Y está bien que pensemos en nuestra familia, en las personas más cercanas a nosotros. Pero debemos ver estas fechas como lo que son, el recuerdo del nacimiento de alguien que no necesitó de cosas ostentosas para traer esperanza. El nacimiento de Jesús. Deberíamos recordar que no es el dinero, ni las cosas materiales lo que importan, sino la unión, el tiempo de calidad. Y también aceptar lo que tenemos, porque es seguro que hay alguien que no lo tiene. En estas fechas, olvidemos las cosas materiales, agradezcamos la comida y el sencillo regalo que nos dieron, y sobre todo, recordemos a los menos afortunados, ellos nos necesitan... cada vez que quieras quejarte por el celular que no te regalaron, recuérdalos, al menos nosotros tenemos un techo, una familia. Seamos esperanza para ellos.

martes, 22 de diciembre de 2015

Reseña de El vizconde demediado, de Italo Calvino



Título original > Il visconte dimezzato.
Autor > Italo Calvino.
Género > Novela fantástica.
Editorial > Siruela.
Cantidad de páginas > 82 (más una “Nota Preliminar” de tres páginas).












SINOPSIS

El vizconde de Terralba (una comarca ficticia, presumiblemente de Italia) se alista en la guerra contra los turcos. En la primera batalla a la que concurre, un balazo de cañón lo parte en dos, exactamente por el medio, dejando una mitad que será “buena”, y la otra que será “mala”. Las dos partes, al principio, coexistirán por separado aunque, a medida que se desarrolle la historia, distintas circunstancias harán que ambas partes deban juntarse y eventualmente no puedan vivir por separado, lo que dará lugar a reflexiones interesantes acerca de la propia esencia del ser humano.

Este libro es parte de la trilogía Nuestros antepasados, siendo el primer volumen de la misma; lo suceden El barón rampante y El caballero inexistente.


MI OPINIÓN

Este libro me lo hicieron comprar para leer en el colegio a la edad de 12 años. No llegué a leerlo porque el curso se acabó antes de que lo llegáramos a agarrar, pero la realidad es que quizás, si lo hubiera leído a esa edad, se me habrían escapado un montón de detalles que, leyéndolo a mi edad actual, y con más vida recorrida, puedo observar con mucho más material.

Los personajes tienen esa cuota de bizarros que los hace cautivantes. Son personajes clásicos de la vida diaria, casi estereotípicos, pero con bordes que me hicieron pensar que en cualquier momento eran capaces de hacer algo fuera de lo común, algo loco. El que más me gustó fue el personaje de Pamela, una joven que tiene una vivencia muy reveladora con el protagonista que, en parte, precipita el final de la novela. También me pareció muy bien logrado el personaje de la nodriza.

Por momentos el argumento se vuelve un tanto mundano, relatando cosas tales como las habladurías que hay en el pueblo acerca de las acciones del vizconde, o lo que hace el protagonista (un niño) en compañía de otro niño de su edad. Esto me pareció amenizante, le da una dinámica de crónica de lo vivido mezclado con una pequeña dosis de fluir de la conciencia. Una característica que noté, y que es bastante común de las novelas de la época (mediados del siglo XX), es que se mezclan los hechos clave para la historia con relatos centrados en los personajes; hay varios capítulos en los que se empieza presentando a algún personaje nuevo y una síntesis de su vida. Me gustó porque va introduciendo al lector en la trama de una forma muy amena.

En el libro se va plasmando una idea muy interesante: el ser humano, dividido en dos mitades, una buena y una mala, es capaz de llegar a lugares a los que siendo de una pieza no podría. Esto se puede ver principalmente en los momentos en que Medardo se encuentra con Pamela, su amor del bosque, y se profundiza cuando aparece la mitad “buena” (hasta un punto, sólo aparecía en el relato la mitad “mala” de Medardo) y cada una de ellas, alternativamente, aparece por el pueblo de Terralba haciendo de las suyas. Cada parte puede comprender las motivaciones de su contraparte, pero cuando están juntas no pueden hacerlo. Y hay lugar para algunos conceptos puntuales: el más saliente, a mi entender, es el concepto de pueblo perseguido-pueblo celoso del dinero: yo ya conocía el ejemplo de la colectividad judía (de hecho, la teoría de que los judíos son celosos del dinero por causa de las persecuciones a las que han sido sometidos me la contó un miembro de su religión) y en el libro se da otro ejemplo, de un pueblo echado de sus tierras ancestrales y que vive en la montaña. También se aprecia el concepto del verdugo que hace su trabajo con gran eficacia, aun sabiendo que las máquinas creadas por él servirán para matar gente. Y la idea del confinamiento de los enfermos, que ocurre con los padecientes de cierta enfermedad en el libro. Pequeños conceptos que el autor introduce, muy sutilmente, en la novela, y que tienen mucho parangón en la vida diaria.


CONCLUSIÓN 

El libro me pareció muy interesante para leer, la historia es imaginativa, y el hecho de que subyace un pensamiento filosófico no lo volvió muy pesado. Además guarda una cercanía con la realidad que hace que uno pueda, por momentos, hallarse en el mundo propuesto por el autor. Para los que les guste el género fantástico es una muy buena obra, aunque quizás no tenga el mismo vuelo, en términos de personajes, que las más modernas sagas, ni comparta las mismas temáticas.


PD: Esta es la primera reseña que hago, así que toda crítica que me pueda servir para mejorar será obviamente bienvenida.

viernes, 18 de diciembre de 2015

Sobre la precocidad (y los que arrancan de grandes)


Esta es mi segunda entrada para la iniciativa Blogueros Filosóficos, una creación del gran dúo AF-PG, y la verdad es que tuve varios temas como candidatos. Finalmente me decidí por éste, que es un tópico con el que yo a) tuve una relación particular durante gran parte de mi vida, y b) le di varias vueltas en las últimas semanas.

¿Por qué razón está tan valorada la precocidad? ¿Por qué es que le damos tanta importancia a un logro realizado a una edad muy temprana, destacando la edad como un activo?

Veamos: Beethoven compuso su primer concierto a los once años. A los cinco, Mozart ya escribía piezas de cierta extensión. Lindsay Lohan fue modelo a los tres años. Christian Bale empezó a actuar a los ocho años. Sergio Agüero jugó profesionalmente al fútbol por primera vez a los quince años. Y seguramente ustedes pueden encontrar otros ejemplos: la historia está llena.


Pero, ¿a qué se debe este fenómeno de la precocidad? ¿Por qué son tan sonados estos casos?

Una explicación que podríamos dar es que, cuando una pareja tiene un hijo, una de las cosas que invariablemente va a hacer es esperar, con gran alegría, los “primeros pasos” en la vida de su hijo/a. La primera vez que camina sin gatear, la primera palabra que dice, su primera vez leyendo, su primer diente de leche…en fin, pasos de crecimiento que los padres, con seguridad, estarán orgullosos de exhibir. Pero aquí hay una trampa. Todos estos hitos están celosamente estudiados (ya dije en mi otra entrada filosófica que el ser humano tiene una atávica necesidad de categorizar, de hacer estadística) y, en años tempranos, los padres y los médicos que los asisten en la crianza prestan gran atención al momento en el que se dan. Así es como surgen los clásicos mi hijo no caminó y tiene tres años, mi nena no habló y ya tiene cinco, la nena no quiere jugar con los demás chicos en el patio, etcétera. Son, para la humanidad estadística, símbolos de atraso, de algo que debería (¿según quién?, ¿por qué?) haberse dado antes. Y, lógicamente, cuando se da el caso inverso, los padres explotan de orgullo. Sus hijos le ganaron al promedio. Y está bien.

Pero existe una contraparte a la precocidad. Muchas personas, ya de grandes, emprendieron su camino en distintas materias. Un ejemplo son las personas mayores de 30 que estudian carreras universitarias. Me tocó en su momento cursar con gente así, y pese a la sorpresa inicial (la inmensa mayoría de los que inician carreras están debajo de los 25 años) hay una razón por la que deberían tener problemas en estudiar y aprobar las materias del programa. Meryl Streep se egresó de la escuela de artes a los 27 años y su primera aparición en un escenario (de manera profesional) fue a los 26. Gabriela Margall tuvo suceso como escritora alrededor de sus 30 años. La recientemente fallecida Aurora Venturini, a pesar de haber publicado por primera vez a los 20, recibió su primer premio literario a los 26. Y así se puede continuar con los ejemplos, que verdaderamente son muchos (gran parte del tiempo que empleé en armar esta entrada lo usé en buscar ejemplos bien documentados).

Yo estas cosas no las pensé hasta varios años después. La mayor parte de las inclinaciones que tuve en mi vida las tuve, lo que se diría, tarde. Empezó a interesarme la música después de terminar el colegio. Empecé a escribir cuando ya estaba más cerca de los 30 que de los 20. Mi pasión por la lectura, si bien existió de chiquito y luego quedó dormida, se despertó recién a los veintipico. Me volví fanático del fútbol (incluso con interés de jugar en un club, interés que luego se dio de frente contra mis evidentes limitaciones técnicas) a los 15 (sí, recién a los 15 se me ocurrió la idea de dedicarme al fútbol).

Por supuesto, es verdad que, a una edad más temprana, quizás comenzar una carrera en cualquier disciplina es más fácil. Más allá de las horas que se pasan en el colegio, lo cierto es que la vida tiene menos preocupaciones y menos estrés que en la vida adulta, donde la necesidad de trabajar y el desgaste que eso genera, además de la necesidad en muchos casos de mantener una familia, hacen que no tengamos demasiado tiempo de nada.

Lo que es discutible (y yo no creo, aunque es una opinión meramente personal) son los argumentos del tipo la cabeza/mente está mejor preparada o es más fácil aprender de chico. Una persona, suponiendo que no esté impedida física ni mentalmente, podría o debería poder acometer cualquier tarea que se proponga.

Pero tiene que proponérselo. Y para eso tiene que descubrir que tiene una pasión por determinada cosa, tiene que descubrir que le gusta. Y en ese descubrir que algo nos gusta hay una infinidad de factores, casi todos azarosos e incontrolables por el ser humano, que determinan que el descubrimiento se produzca antes o después. Es el famoso “me cayó la ficha”. En el ejemplo que daba antes, mi interés por la lectura se dio después de cumplir los 20 porque las condiciones se dieron para que me interesara leer ahí, y no antes.


La precocidad, entonces, termina siendo un dato estadístico, una simple medida de desviación, una cuestión de a qué edad comenzamos a hacer algo en relación con el promedio de la población. Uno de los encasillamientos en los que cae el ser humano por su naturaleza (algo de esto hablé en mi entrada anterior de esta sección, Esereotipos). Pero no creo que tenga más valor que eso. Porque, al final, cuando vemos algo lindo, agradable, ¿nos importaría tanto que quien lo creó lo haya hecho de chico o de grande?

lunes, 14 de diciembre de 2015

CDs para escuchar mientras viajamos

¡Hola! Este posteo inaugura una nueva sección, la de Música y Sonido. Y en esta primera entrada les vengo a traer algo en lo que seguramente hayan pensado en algún momento de su vida.

Seguramente les haya tocado alguna vez hacer un viaje más o menos largo, de una hora o más de duración. ¿Le erro si digo que se llevaron algún CD o playlist armada en el celular, MP3 o similar? No lo sé con certeza, pero seguramente no me equivoque.

Porque viajar en auto escuchando música es una de las cosas más universalmente reconocidas. Hay algo, no sé qué exactamente, que lleva a uno a desear estar escuchando algo cuando se encuentra detrás de un volante. O de acompañante, pero el sentimiento es más marcado si somos conductores, porque el que no maneja puede distraerse con cosas que el que maneja no puede. Aunque sea, para tener algo de fondo hablando, o su primo cercano, cantando. Por alguna razón, resulta aburrido, casi intolerable, manejar en silencio. O quizás sea que el de manejar es el más apto para escuchar música, porque manejar, más allá de la necesidad de prestar atención, es una tarea más bien pasiva. No hay mucho que hacer.

Acá les dejo una selección de CDs que – en mi opinión – son excelentes para dejarse llevar mientras disfrutamos del hermoso y singular paisaje de la ruta, de ver las blancas líneas desaparecer detrás nuestro y, por qué no, matar el tiempo que falta para llegar.

  • TRACY CHAPMAN, Tracy Chapman




Este CD, salido en 1988, recoge una serie de canciones muy indicadas para escuchar arriba de un auto. Son canciones tranquilas, pero algunas de ellas llevan una cadencia blusera que hace por momentos relajarse y dejarse llevar. Ideal para un viaje en el que tenemos largos tramos de ruta, en los que no se ve demasiada población ni símbolos de la presencia humana (haciéndola corta, en rutas desoladas), situación en la que temas como Fast Car, Baby can I hold you o For my lover nos harán creer que, más que manejando, estamos reposando tranquilamente en uno de esos campos que pasan por al lado nuestro.


  • WILLY AND THE POOR BOYS, Creedence Clearwater Revival




Un clásico de la banda estadounidense, de música que se puede considerar country o swamp rock. Con este CD sonando, nos podemos llegar a imaginar que estamos en el sur de Estados Unidos, en una zona de campos cultivados, en la década de 1970, en un auto de época, de los que eran tan comunes en esa parte del mundo.
Este CD, muy rockero, es indicadísimo para escuchar manejando a la caída del sol, en un momento que –naturalmente- empezamos a activarnos, y también es muy apropiado para cuando estamos cerca de nuestro destino, y de a poco va levantando nuestro estado de ánimo porque estamos por llegar.
Temas destacados: It came out of the sky, Down on the corner, Side o’ the road.


  • USE YOUR ILLUSION II, Guns N’ Roses




Bueno, acá me resultó un poco difícil decidirme entre el I y el II, ya que ambos tienen canciones que se podrían tranquilamente escuchar mientras viajamos. Me decidí por el II, finalmente. Como todos los álbumes de la banda, éste posee canciones bien movidas, bien power, incluso más que las de Creedence. Escucharlo manejando es una tentación constante a pisar el acelerador y, aunque no lo hagamos (somos gente segura manejando, ¿no?) nos dará una inequívoca sensación de estar acercándonos rapidísimo a nuestro destino. Ideal para conductores amantes de la velocidad. Además, la presencia de muchos clásicos de los Guns (Estranged, You could be mine, y la apertura con Civil War) garantizará que nos sintamos a gusto, tomando un viaje por las mejores épocas de la banda de Axl Rose, Slash y compañía.
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  • YO, MI, ME, CONTIGO, Joaquín Sabina




Uno de los CDs más conocidos del cantautor español, y uno de los más filosóficos, si hasta una de las canciones fue puesta como ejemplo para sostener que Francisco de Quevedo fue una de las fuentes de inspiración de Sabina (acá está el artículo). Contiene desde temas conocidos y trillados (El rocanrol de los idiotas, Contigo) hasta otros no tan conocidos, pero que tienen su carga emotiva y cuentan historias (Aves de paso, Y sin embargo, Viridiana) y hasta hay un homenaje a Joan Manuel Serrat (Mi primo el Nano). Muchas de las letras, además de contar historias, mueven a pensar. Y el disco contiene una mezcla de ritmos, donde se puede encontrar canciones melancólicas, rockeras y hasta algo parecido al ritmo flamenco e, incluso, centroamericano. Todo esto asegura que, si escuchamos este disco en el auto, el sueño no nos vendrá. Se disfruta más en entornos de tránsito no muy cargado, aunque sirve para cualquier ocasión.


  • GREEN DAY, American Idiot




El más nuevo de todos los CDs de esta entrada. Salido en 2004, la temática principal es una protesta contra la administración de George W. Bush al frente del gobierno estadounidense. Crea un personaje ficticio, Jesus of Suburbia, arquetipo del ciudadano medio de los EE.UU., sobre el cual la banda proyecta las características más despreciables de la sociedad (cosa que, por otra parte, es imaginable atendiendo al título del álbum). Con gran preponderancia del clásico sonido de la guitarra eléctrica, casi todas las canciones combinan partes cadenciosas, en que se intercalan guitarras acústicas, con partes con alta distorsión. Particularmente reconocibles en este CD son Boulevard of broken dreams, Wake me up when September end y She’s a rebel. El cierre, con Whatsername, es un tanto tímido para lo que son las canciones que vienen antes (quizás podrían haber elgido para esto la anteúltima, Homecoming), pero el CD, en una visión general, genera en el conductor una sensación parecida a la de Use Your Illusion II, mencionado más arriba, siendo una buena ocpión para cuando se empieza o se está por terminar el viaje.


Esta es mi lista. Y ustedes, ¿qué CDs elegirían para encarar un viaje?


jueves, 10 de diciembre de 2015

Estereotipos: ¿por qué hacemos lo que hacen todos?




Después de mucho tiempo sin postear, y después de la mudanza de blog, vuelvo al ruedo, en esta ocasión como parte de la iniciativa Bloggers Filosóficos. Y esta vez de lo que voy a hablar es de estereotipos y "típicos casos", una cosa que siempre me resultó curiosa.

Aquí va el resultado de mis reflexiones.

Una de las cosas más sorprendentes que nos enteramos a lo largo de la vida es de la existencia de los estereotipos. Sí, los estereotipos. ¿Alguna vez escucharon hablar de “andá a lavar los platos”, “la decoración es para las mujeres”, “los abogados son todos deshonestos” (con esta palabra o cualquier sinónimo, generalmente del lunfardo), o sobre características atribuidas a los homosexuales, personas no iniciadas sexualmente, personas con alguna discapacidad mental, jugadores de fútbol, o cualquier otro grupo de personas? Bueno, entonces están en presencia de los famosos estereotipos.

Es muy conocido que el ser humano tiene necesidad de categorizar, de encasillar todo. De buscar patrones, modelos de comportamiento. La gente tiene aversión al reconocimiento del azar, le es difícil aceptar que un evento ocurrió porque sí, sin ninguna causa aparente. Y esta es una de las principales causas de que aparezcan este tipo de ideas, que casi podrían asociarse al determinismo (la concepción de que todos los eventos que ocurran en el universo son perfectamente predecibles). Ahora, ¿tienen una utilidad los estereotipos, más allá de la causa que los provoca? ¿Son beneficiosos en alguna forma?

El ámbito de la medicina, y el asociado de la psicología, así como algunos otros, particularmente los que se basan en diagnóstico, reconocen en la estereotipación una necesidad. Buscan poder atacar un problema, sin caer en complicaciones que resultarían innecesarias y contraproducentes. Piénsese, por ejemplo, si usted cae en un hospital, y los médicos deben pasarse horas y días estudiando sus síntomas. Casi seguro, a usted le empeoraría su condición. Y ni hablemos de la posibilidad de que esos estudios impliquen experimentos de laboratorio con animales o con otros humanos. ¿Y si hay que hacer eso con cada paciente que entra al hospital? Sería imposible que el establecimiento cumpla su función.

Esto significa que una de las mayores utilidades de los estereotipos (usaré esta palabra ampliamente) es la de poder diagnosticar situaciones. Y esta es una pista clave. Porque permitiría entender de dónde puede haber surgido la necesidad humana de categorizar, de encasillar todo: de una necesidad de supervivencia.

Pensémoslo así. El hombre primitivo, al salir al mundo, necesitó saber, por ejemplo, qué plantas comer. No voy a decir aún de qué animales podía comer, puesto que hay una forma muy simple de determinarlo: cualquier animal que pueda ser matado por el hombre era, en principio, comestible. Pero, con las plantas, es difícil determinarlo, porque éstas están al alcance de la mano y, por esa razón, son altamente disponibles. Entonces, por ejemplo, por prueba y error (seguramente el hombre primitivo no fuera tan elaborado como para realizar experimentos) descubrió que determinadas plantas podían comerse y otras no: éstas causaban malestar, eran venenosas, hacían daño físico (ejemplo: las que tenían espinas y/o pinches) o cualquier otro tipo de contratiempo. Y, claramente, a medida que la experiencia del ser humano iba creciendo, y se iba encontrando con nuevas especies de plantas, había que determinar, antes de comerlas, qué plantas eran comestibles y cuáles no. Porque claro: era cuestión de aprovechar la experiencia de los demás. Y aquí es donde aparece el encasillamiento: las plantas con X característica no se pueden comer. Por ejemplo: las plantas con espinas. O las plantas que hoy llamaríamos “suculentas”. O las que tienen flores amarillas, por dar un ejemplo.

Sin embargo, aún sin necesidad de supervivencia, la gente sigue creando estereotipos. Por ejemplo, los mencionados anteriormente de posiciones políticas, o los relacionados a las actitudes propias de cada género (“las mujeres son expertas en cocina”, “los hombres saben de mecánica de autos” y otros, en los que no es mi intención entrar en polémica), o cualquier otro que al lector se le ocurra. En fin, habrá muchos ejemplos. Las preguntas clave, acá, son dos: a) ¿Por qué se crean? Y b) ¿Por qué la gente los cumple a rajatabla?

Una mirada a la psicología nos brinda una explicación. De acuerdo a la teoría formulada por Abraham Maslow en su Teoría de la motivación humana (el título original, en inglés, es A Theory of Human Motivation), una vez satisfechas las necesidades de supervivencia, las siguientes necesidades a satisfacer son las de afiliación, las de pertenencia a una sociedad. Podríamos verlo como que el ser humano, después de tener asegurada su permanencia con vida, se pone un objetivo mayor. Ya no sólo sobrevivir, sino algo más. Y ese algo más bien podría ser de orden psicológico (es sabido que las relaciones sociales mejoran enormemente la calidad y esperanza de vida de las personas) o puramente biológico (el tan mentado propósito de perpetuar los genes). Sea como sea, el ser humano busca relacionarse.

En este sentido, uno de los mayores miedos de las personas es quedarse solas. A no tener amigos, ni siquiera conocidos. Todos necesitamos alguien a nuestro lado, aunque sea una sola persona. Y en parte los estereotipos sirven a este propósito. Veamos un ejemplo: la gente escucha reggaetón un sábado a la noche cuando sale a divertirse. Pero, ¿cómo se llegó a que el reggaetón sea la música preferida de los sábados a la noche? Debe haber habido alguien que lo haya iniciado. Es innegable, ese estilo de música tiene algo de festivo y, por qué no, refleja en sus letras lo que una gran parte de la gente que sale de noche va a buscar a los lugares donde va. Lo mismo puede decirse, en otras épocas, de la música tropical, la cumbia villera, etc. Pero lo más interesante de esto es que la gente que se inicia en sus salidas nocturnas prefiere el reggaetón por encima de otros estilos de música. ¿Alguien vio a un chico de 14 años salir un sábado y decir “Quiero ir a este boliche, que pasan Beethoven”? Seguro que no (al menos con altísimas probabilidades).

Obviamente, esto es un ejemplo. Pero viene a poner de manifiesto otro de los miedos de las personas, muy relacionado con el de quedarse solas. Es el miedo a ser vistos como un bicho raro, una persona especial. Es sabido que, históricamente, la sociedad no es completamente tolerante ante cosas que se salen de lo establecido, de los eventos que alteran el orden tácito que las personas de un lugar, de un grupo o simplemente que están juntas en un lugar ocasionalmente establecen. Esto se ve con gran crudeza en adolescentes y preadolescentes, sobre todo en el colegio, pero existe en todas las edades. ¿Quién no conoce algún vecino raro, algún habitante de su barrio del que se dicen cosas? Esta falta de tolerancia social hacia lo distinto (que, entre otras cosas, se traduce en relacionar no pocos hábitos y acciones con deficiencias mentales) es un fuerte incentivo a seguir a la masa. Obvio, hay gente que no cumple a rajatabla con lo que todos hacen. Pero en general, la mayoría de la gente suele hacerlo, en una o varias de las actividades de su vida.

Una última razón para que las personas sigan tanto las conductas masivas está, también, relacionada con la supervivencia. Si otras personas hacen una X actividad, entonces X debe ser bueno. Por lo tanto, este sesgo de validación opera fuertemente en las conductas que aprendemos. El caso más taxativo que podemos ver es el de los bebés y niños pequeños: sólo pueden aprender por imitar a los demás, ya que, al menos en un principio, el lenguaje oral no les es comprensible. Ellos van a imitar lo que hagan los más grandes, sobre todo sus padres, porque, aunque inconscientemente, deducen que lo que ellos hacen, y les hizo alcanzar la edad adulta, no puede ser malo. En la edad adulta, el sesgo de validación se manifiesta de otras maneras, como por ejemplo la popularidad de las personas famosas, de las bandas de música, de los escritores de libros, películas, etc. Incluso, en el hecho de que algunos hombres sean más deseables como pareja que otros (¡supervivencia en estado puro!). “Si todos lo hacen, no puede ser malo”.


Así que, al final, los estereotipos existen, se crean y se siguen por una simple cuestión de supervivencia. Tanto física como psicológica. Lo que más me sorprendió fue el tema psicológico, sobre todo siendo yo una persona que siempre trató de no pegarse a ningún lugar común. Siempre miré con recelo la posibilidad de actuar como todo el mundo. Pero qué va a hacer. Es como la frase del estribillo de El revelde, canción de La Renga, que dice “Caminito al costado del mundo/por ahí he de andar buscándome un rumbo/ ser socio de esta sociedad/me puede matar”. Gustos musicales aparte, parece ser que, mientras seamos socios de la sociedad, no moriremos. Por el costado, quién sabe…

lunes, 30 de noviembre de 2015

Votar al menos malo


Para alrededor de un cuarto de la población, que son los que en la primera vuelta no votaron a Scioli ni a Macri, ésta fue la cuestión. Ésta, o el voto en blanco o nulo, que fue una alternativa agitada por uno de los candidatos que, huelga decir, no llegó al ballotage. (Si usted, lector, no es argentino, puede informarse sobre las últimas elecciones presidenciales en esta página)

Claro, en ese caso, si ninguno de los dos candidatos es satisfactorio, ¿por qué gastarse en votar a uno o al otro? El planteo de Nicolás Del Caño en ese sentido es lógica para dummies, un razonamiento a prueba de bombas. Sería como elegir entre un Ford Fiesta o un Gol Trend, cuando lo que queremos es una camioneta, pero no un auto pequeño. Ninguna de las dos opciones, entonces, nos satisfacen. Por lo tanto, en la mayoría de las oportunidades, no adquirimos ninguno de los dos autos ofrecidos.

El ser humano es un animal social. No le gusta estar solo (en esto hay matices, hay personas más solitarias y personas que disfrutan del contacto con otros semejantes), necesita del afecto de una o más personas. De hecho, Abraham Maslow fue muy claro en su Teoría de la motivación humana (el título, y el libro original, están en inglés): luego de satisfechas las necesidades de supervivencia fisiológica (no morir por no poder darle al organismo las condiciones necesarias para funcionar correctamente) y de seguridad (poder vivir en el estado de derecho y económico en el que está inserta la sociedad actual), el siguiente escalón es la afiliación social. Dicho de otro modo, tener amigos, tener interacciones sociales, incluso intimidad sexual. Sólo una vez que tenemos esto satisfecho podemos seguir subiendo hacia los niveles superiores (aunque hay teorías que dicen que podemos seguir escalando aún si tenemos los escalones inferiores parcialmente cumplidos).

Con respecto al último punto, el de la intimidad sexual, mucha gente argumenta que el ser humano, al buscar el sexo, cumple con los más básicos instintos del ser humano. Esta teoría, si bien yo no la abono totalmente, puede ser parcialmente cierta, y sería una buena explicación de por qué hay gente que detesta atávicamente estar solo/a, es decir, sin pareja. Son pocos, pero existen; de hecho, yo conozco un puñado de personas con ese predicado en mente. De ahí a que lo puedan cumplir, ya es otra cosa. Más allá de esta gente, lo cierto es que, para la mayoría de las personas, si pudieran elegir entre estar en pareja o solos (entiéndase “estar en pareja” no como algo formal, sino más bien como “tener un/a compañero/a sexual”), elegirían lo primero. Por eso es que existen los conceptos de sex toy, touch and go, el/la que siempre está y similares, que quien lea seguro reconocerá.

No obstante, debido a la educación formal que recibimos casi todos los que superamos los 20 años y vivimos en sociedades occidentalizadas, convenimos en que debe existir una sola pareja. Eso es un concepto atávico, arraigado en gran parte debido a creencias religiosas. Últimamente esa idea está mutando a favor de otras alternativas como la convivencia, las relaciones abiertas, los amigos con beneficios y demás categorías, aunque sigue arraigado. De esta manera, sería poco común que una persona tenga más de un novio/novia, por más que tenga múltiples parejas sexuales. Recurriendo a una analogía futbolera, uno es el titular y los demás son suplentes. O simples amantes ocasionales. En los últimos lustros, la idea sobre la infidelidad se ha vuelto decididamente más favorable, siendo los principales argumentos a favor que “sirve para liberar tensiones de pareja”, “hace descubrir que la pareja oficial es la mejor”, “puede oxigenar la relación” y otros.

¿Cuál es la mecánica más usual en estos casos? Una persona está en pareja con otra, pero uno de los miembros de la pareja desea algo más. Por lo tanto, se consigue un amante, una relación ocasional. El problema sobreviene cuando comienza a haber razones para abandonar a la primera persona por la segunda. A esta altura, lo más probable es que la persona que busca la relación extra-pareja aduzca confusión, necesidad de tiempo o cualquier otro sucedáneo.

Si bien esta confusión es muy conocida a nivel popular con una connotación peyorativa, tildándola de simple indirecta, arrojando un poco más de luz sobre el asunto podemos ver que no es tan así. La confusión puede ser parcialmente cierta. ¿Recuerdan el ejemplo del principio, el de los candidatos? Si usted no prefiere ni a Scioli ni a Macri, pero enfrenta la necesidad de votar por uno de ellos, probablemente se sienta confundido/a. No puede votar a los dos, porque anularía su voto. Debe elegir entre dos candidatos que no le convencen. Un cierto alboroto es esperable que esté ocurriendo en su cabeza.


Ahora, llevémoslo al terreno de las relaciones interpersonales. Pensemos en una persona enfrentada a tener que elegir dos parejas, ninguna de las cuales le convence en un 100%. Y acá vuelve a aparecer el dilema del elector. Hay dos posibilidades: elegir al menos malo o votar en blanco. El problema, un problema no menor, es que todas las personas, como dice más arriba, tienen necesidad de afecto, de intimidad (sexual o del tipo que sea). Y, por otro lado, es poco probable que alguien esté dispuesto, cuando se le presentan dos oportunidades, a perder o despreciar ambas. Es decir, nadie quiere quedarse sin el pan y sin la torta. El voto en blanco, está visto, no es una opción. Y así es que la persona acaba cayendo en el lugar común, tan conocido en ámbitos electorales: elegir al menos malo.

viernes, 27 de noviembre de 2015

Historia de tren

Y había que esperar hasta el final. No quedaba otra. La rutina de llegar a la estación, parar, que unos se bajen, otros se suban, la ocasional escaramuza en la puerta entre los que quieren subir ya y los que quieren bajar ya, cada dos o tres estaciones un vendedor que se sube y desgrana su discurso como si fuera poesía, es algo que uno debe soportar si quiere moverse en tren.

tren 1


Así estaba la cosa un domingo a la tarde. El chico de campera verde se había subido al inicio del recorrido, por lo cual tenía su asiento asegurado. Había tenido casi todo el tren a su disposición, ya que en la primera estación no se sube demasiada gente. Más se suben en el medio del recorrido, en zonas pobladas. El tren se movía, monótonamente, por las vías, mientras en él se desarrollaba la vida. Cada vagón tiene cuatro filas de asientos, que son en verdad dos filas dobles; la de la izquierda mira hacia adelante, la de la derecha mira hacia atrás (suponiendo que se mira el tren en el sentido de marcha). Al lado del de campera verde, un señor con aspecto de kiosquero escuchaba música. En el par de asientos de adelante, una pareja con su hijito volvía a casa; el nene se entretenía con un juego de trenes en su tableta, los padres charlaban de vaya uno a saber qué. En las filas de la derecha, una señora con una bolsa grande de consorcio, llena, luego un par de personas absortas en su música, otro leyendo el diario, dos hermanos sentados bajo la atenta mirada de los padres desde la fila de atrás. En todos los vagones, la historia debía ser la misma.



El de campera verde leía despreocupadamente, como para que pase el viaje, cuando decidió hacer un alto en su lectura. Quizás para descansar la vista, quizás para fijar las ideas del libro. Echó una mirada al vagón. Pese a que en todas las estaciones bajaba y subía una cantidad considerable de gente, con lo que el pasaje se renovaba en gran parte, nunca faltaban los clásicos personajes antes descriptos. Los domingos, se sabe, la gente sale de la ciudad hacia destinos más amigables con la vida no-laboral, y cuando el día está por llegar a su fin, corre la misma suerte su estadía en esos lugares. Mucha de esa gente son familias, así que no es extraño ver parejas con niños pequeños (y no tanto) en el tren, en ese momento.

Lo que sí es extraño, es cruzarse miradas con otra persona del tren. No suele suceder, nadie suele darle importancia. Todos en la suya. Menos el de verde, que en una de esas levantadas de vista que pegó para cortar el momento, se encontró con un par de ojos negros que miraban en su dirección. No le dio importancia. Su dueña estaría mirando por la ventana, con la misma intención que él. Se dio un segundo para observar su rostro, la manera en que iba vestida. No parecía ser de clase alta, es más, era una típica chica de ciudad, una de las tantas que uno podría cruzarse por la calle. Tenía el pelo negro, algo enrulado, y dos ojos negros que, pese al color, no daban la sensación de frialdad, sino más bien de ser penetrantes.

La chica volvió a lo suyo, y el viaje siguió. Pero unos minutos más tarde, ella volvió a mirar hacia donde estaba el de verde. El de verde, a su vez, volvió a levantar la vista, y la vio a ella. Esta vez, sin embargo, no pasó que los dos volvieron a la suya. Ni ahí. Se quedaron uno, dos, tres, diez segundos mirándose, estudiándose, imaginándose quizás las cosas que tenían para decirse…

Y ella tenía mucho que decir. Separada de su familia desde hacía unos años, debido a la necesidad de estudiar en la capital, su diversión fuera del estudio consistía en pasar momentos con amigos y amigas conseguidos en sus años de estudio. Pero si bien había logrado evitar la soledad, que es muy factible en alguien que está lejos de su tierra, su necesidad de afecto aún no estaba satisfecha. Faltaba algo. Algo que nunca ella había buscado realmente, pero que en este momento golpeaba a su puerta con cierta insistencia.

El, por su parte, tenía lo suyo. Trabajador habituado a las largas jornadas de trabajo, su vida transcurría más o menos por los mismos carriles que la de la chica del tren. Sólo que, en este caso, él era de la ciudad, y no estaba lejos de sus familiares ni de sus amigos de toda la vida. Tiempo atrás, había tenido alguna experiencia en el amor, pero no había durado demasiado. Su trabajo, su forma de vida, simplemente se lo impedía.


Las cosas que deseamos, se toman cuando tenemos la oportunidad. Por eso, ni el de verde ni la chica aflojaron la mirada. Se siguieron observando, fascinados, como dos hinchas de fútbol en el momento en que un jugador de su equipo está por patear un penal. Una imperiosa necesidad de ir al encuentro de ella tomó por asalto la cabeza del hombre de la campera verde. Sentía necesidad de levantarse de su asiento, pararse al lado del de ella, conocerla, explorar los rincones de su mente… Pero la distancia de cuatro asientos, por el momento, lo impedía.

Por fin se liberó el asiento al costado del chico. Y sorpresivamente, la chica, por alguna razón, ¡decidió moverse hacia el asiento que acababa de desocuparse! Y así fue como empezaron a hablar. Ella sacó de su mochila un paquete de galletitas dulces, y las compartieron. Se contaron sus vidas. Así, el de verde se enteró de que la chica era del interior, de que estaba en la capital por estudio, de que vivía sola en un monoambiente del centro de la ciudad, y de algunas otras confidencias. Su familia vivía en un pueblo mediano del interior del país, y su fuente de ingresos era el comercio de granos, actividad que, como es sabido, depende mucho de factores climáticos y económicos nunca en manos del productor. Ella era la única de tres hermanos que había mostrado voluntad de abandonar el negocio familiar y buscar nuevas ocupaciones, y en su pueblo no tenía, naturalmente, la posibilidad de hacer mucho más. Por eso se había ido. Él, en cambio, había vivido siempre en la ciudad, o sus alrededores. Su vida no había sido en nada como la de la chica. También era estudiante universitario, aunque se dedicaba más al trabajo que al estudio porque estaba convencido de que el lugar donde las cosas se aprenden mejor, es en el trabajo.


Ciertamente, la conversación fue ganando en entusiasmo y volviéndose más interesante a medida que pasaba el tiempo y más se conocían. Pero nada es eterno, desgraciadamente. Y en un momento, el viaje tenía que terminar, y más temprano que tarde llegó la hora de bajar del tren. A él le tocó bajar primero; su estación quedaba más atrás que la de ella. El momento de la despedida fue efímero: no duró más que un par de segundos, ya que el momento de la bajada había llegado muy de repente, tan absorbido que estaba el chico en la charla. Así es que él se levantó del asiento y, cuando el tren frenó en la estación, se bajó. Ella se quedó en su lugar, y el tren partió hacia la siguiente estación.


tren partida



Al otro día, la vida retomó su ritmo habitual. Típico lunes: gente en la calle sin ganas de estar allí, el trabajo de siempre, cortar maderas según las medidas que le habían encomendado, atornillar otras para darle forma a muebles que vaya a saber quién había pedido, y que quizás adornarían casas más lujosas que la suya y donde seguramente había algo que ni él ni la chica del tren del día anterior habían experimentado en su totalidad. A veces la vida te lleva a eso: querés algo, pero no lo tenés, y trabajás para gente que sí lo tiene. Menuda situación: ¿por qué uno no puede estar como ellos?
A las seis en punto de la tarde, el chico apagó la máquina que estaba usando, colgó la ropa de trabajo y salió raudo de la fábrica de muebles. En el viaje de vuelta en colectivo, algo empezó a despertarse en su cabeza. Tal vez fue porque la situación era casi idéntica a la del día anterior en tren, o tal vez fuera otra cosa, pero ¿por qué se estaba acordando tanto de ese viaje? No le dio importancia y siguió, hasta que llegó a su casa. Lo mismo se repitió el resto de los días de la semana, cada vez con mayor intensidad. Es que muchas veces, cuando algo es raro que ocurra en nuestra vida, y se da una situación que linda con eso que nosotros no conocemos tan de cerca, lo sentimos como la gran oportunidad. La situación fue en aumento… En el viaje de vuelta a casa del viernes, ya la cosa era insoportable. De pronto, el chico quería volver al tren, tomarse el primero que llegara, ir rebotando entre cabecera y cabecera. Todo para ver si encontraba de nuevo a aquella chica con la que había pasado hablando el viaje del domingo. Sentía unas ganas imperiosas de volver a hablar con ella, a conocerse, a sentir esas hormigas en la panza que había sentido aquella vez, al encontrársela por primera vez. Quizás soñara un futuro juntos…pero a esta altura era imposible saberlo. Necesitaba volver a verla. Sin embargo, al principio no le quiso dar demasiadas vueltas: “Sólo será un sentimiento pasajero”, se decía, más para consolarse, porque parte de su ser consideraba, en efecto, lo contrario. El problema era que no tenía cómo encontrarla. Sólo se la había cruzado en el tren, aquella vez, en ese viaje. Y, además, no era un recorrido que él hiciera a menudo. Era algo que había hecho una sola vez, para visitar a un amigo, y seguramente no volvería a ir para ese lado en muchos meses. No había demasiada esperanza.
Pasaron los días, luego las semanas y los meses. El chico, pese a las evidencias, no se convenció nunca de que no iba a encontrar a su chica. Eventualmente halló otra, con al cual tuvo un noviazgo más o menos largo, y luego hubo alguna otra. Nada, sin embargo, pudo reemplazar a la del tren. En el medio, cambió de empleo: aprovechando la experiencia ganada en su trabajo en la fábrica de muebles, se las ingenió para poner una propia. Mal no le fue: pese a que sólo tenía el local original, en su barrio, lograba ganar suficiente dinero como para vivir, él y su pareja, que fue al fin de cuentas su segunda novia. Mucho más no se sabe de la vida del chico, sólo que unas cuantas veces se fue a la estación terminal de trenes, munido con golosinas y comestibles diversos unas veces, otras con elementos de librería, otras con linternas y aparatos similares, “que en la casa no pueden faltar, ante un corte de luz, ¿con qué se iluminará, señor? Cinco mil horas de duración de carga, veinte LEDs, en un comercio lo abonará cien pesos, hoy se la lleva por treinta”. Quizás esperó, en alguno de todos los viajes en tren que hizo (sé de buena fuente que no le fue mal vendiendo), encontrarse con aquella chica, de aquel viaje de domingo, de vuelta a la gran ciudad.