¡Hola, lectores!
He vuelto al blog después de mucho tiempo, fácilmente dos semanas. Sucede que
la modorra post Fiestas y año cargado hizo su efecto, y me dediqué (un poco con
pena, es cierto) a lo que se podría describir como flotar en el aire, inmóvil, sometido a los designios del viento de mis
pensamientos. En términos llanos, a relajarme.
Es verdad, leí. Pero lo que se dice producir algo de mi propia creatividad,
quedó en un seguntercer plano.
En esta entrada
quiero hablar de algo maravilloso que tiene la música, una de esas cosas que
uno no puede dejar de notar cuando se la encuentra.
Hay muchas
formas de identificar a una banda de música. Incontables. Por su estilo
musical, porque el guitarrista es virtuoso, porque el cantante tiene muy linda
voz, porque salen al escenario todos
pintados en sus recitales. Algunas, las menos, terminan siendo bandas de época y son símbolo del
momento en que estaban activas. Otras, menos todavía, trascienden la historia y
terminan siendo escuchadas por una verdadera legión de fanáticos que, en su
mayoría, son jóvenes, y que probablemente nunca hayan visto en vivo a los
músicos que les vuelan la cabeza.
Otras bandas, en
cambio, no son reconocidas por ninguna de estas cosas. No. Las recuerdan por
alguna canción en especial, como asociando artista con canción. No está mal,
pero lo sorprendente es que, muchas veces, esa canción es la única que se le conoce a la banda. Estanos en presencia, señoras
y señores, de los estimados y nunca bien ponderados one-hit-wonders, esos artistas, ya sea bandas o solistas, a los que
la inmensa mayoría de la gente les conoce una sola canción.